HOLA AMIG@

Amigo de las letras y de los sones que ellas encierran, agradezco tu presencia en esta sinfonía de palabras, que sólo enmudecen para escuchar tu silencio. El precioso silencio de quien disfruta de la lectura. Te dejo mis versos y mis cuentos, para que vayas despacio, hacia tu propio encuentro.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Minucias (de carencias y pudores)


La necesidad agudiza el ingenio reza la frase popular. En verdad, fueron muchas las situaciones en que los humildes pobladores rurales tuvieron que sortear las carencias con ingenio, multiplicando sus habilidades, y en muchos casos, esas artes manuales rozaron la sabiduría.
Eran tiempos de vacas flacas y nada era descartable, ni siquiera el papel de diario que a veces, y sólo a veces, llegaba como envoltorio de alguna mercadería adquirida en los almacenes de los pueblos. Todo se transformaba en algún utensilio que venía a suplir lo que no podía comprarse.
En aquellos tiempos, años 40 – 50, los materiales destinados a envases o embalajes de algunos productos eran de “primera calidad”, y nadie se avergonzaba de tener en su casa algún mueble hecho de maderas de embalaje o cubrecamas y cortinas confeccionadas con bolsas de harina o de cemento portland, que eran de fino algodón y que se teñían con anilina o tintes naturales, según sea el caso. Es más, hasta se exhibían con orgullo para demostrar la capacidad transformadora y, como si no alcanzara la anécdota,  puede decirse que, al menos una vez, una de esas manualidades sirvió para detener una pelea.
Fue en un baile de carnaval. Los clásicos juegos acompañados de papel picado, serpentinas, agua florida y ramos de albahaca, despertaban celos entre pretendientes no declarados o maridos “ojos alegres” que acosaban mujeres ajenas (o viceversa). Fue por una de esas causas que se armó la trifulca. Silla va, silla viene, y entre trompadas y botellazos, la paisanada desplegaba el arsenal de la contienda. Las mujeres gritaban y los chicos, prendidos de sus polleras, se batían a puro berrinche. Nadie podía detener la pelea, hasta que una corajuda mujer, algo gordita, de mediana estatura, cincuentona ella, entró decidida en medio de la batahola. Un certero golpe, directo al mentón, la hizo girar como un trompito y cayó al suelo culo para arriba, dejando su fina lencería, de color  “rosa viejo” teñida con raíz de quimil, al descubierto.
Bordeaban aquellas nalgas un octógono negro de bordes anchos y en su centro, en grandes caracteres podía leerse: Loma Negra – 50 Kilos Netos.
En medio de miradas sin disimulo y alguna que otra carcajada incontrolable, se calmaron los ánimos y siguió la fiesta.
Eduardo Albarracín
Cuentos de entrecasa

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