HOLA AMIG@

Amigo de las letras y de los sones que ellas encierran, agradezco tu presencia en esta sinfonía de palabras, que sólo enmudecen para escuchar tu silencio. El precioso silencio de quien disfruta de la lectura. Te dejo mis versos y mis cuentos, para que vayas despacio, hacia tu propio encuentro.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Instintos




                Hacía mucho calor. Ese denso y sofocante ambiente poco acogedor de sala de espera de un desprolijo hospital público, era un caldo de cultivo de bacterias de todo tipo que se entremezclaban con el dolor humano frente a lo imprevisible. Mas que un espacio para esperar ser atendido, era el muro de los lamentos de los pobres y excluidos que buscaban un placebo.
                Carlota, con su hijo en brazos, dormido y aún con fiebre, cambiaba a cada rato el pañuelo mojado sobre la frente del santo inocente. No esperaba, desesperaba y temía que le vuelvan las convulsiones. Roberto, un padre ausente, fumaba en la puerta del edificio mirando la calle solitaria de esa siesta bochornosa de Diciembre.
                Antonio, el médico, no daba abasto en su lucha contra la pobreza, la ignorancia y la falta de higiene. A pesar de la transpiración que le incomodaba, se ceñía la chaqueta para convencerse que no estaba tan gordo como decían, aunque el culo le sobresalga como medio metro dejándole el cintillo a media espalda.
             – Que pase el que sigue –dice, sacando la cabeza por la puerta entreabierta. 
Carlota entra como un rayo zamarreando a su hijo para despertarlo. Roberto lo hará después, casi a desgano.
  ¿Desde cuando tiene fiebre el chico? – preguntó Antonio
            – desde el martes.
            – Pero hoy es jueves, ¿por qué no lo trajeron antes? 
Hubo silencio y miradas cruzadas que denotaban culpas ajenas.
            – ¿Se alimenta?
            – Poco, casi nada –responde Carlota.
            – Qué poco les importan los hijos. Ser pobre no es lo mismo que ser sucio. Este chico tiene sarna.
            – Deben ser los perros   -responde Roberto.
Antonio los mira a ambos y les extiende las indicaciones al tiempo que hurga unas cajas buscando algunos remedios.
           –Vayan a bañarlo con abundante agua y jabón blanco, de ese de lavar la ropa, y lo acuestan desnudo que le de el aire. No lo abriguen  -les aconseja. 
Y ambos salieron cabizbajos. Carlota apenas si podía contener las lágrimas. Roberto masticaba su odio.
A la vuelta, por los estrechos senderos calcinados y relucientes que obligaban a entrecerrar los ojos, apenas sombreados de tanto en tanto por algunos jumes obstinados, el silencio iba de a poco inflándose hasta estallar en insultos.
          –  Perra de mierda, ese hijo tuyo que pretendes hacerme creer que es mío, me está quitando la  poca plata que gano. 
Y un par de pasos más adelante, la tomó de los pelos y haciéndola girar, le pegó una trompada en la boca tirándola al suelo.
El niño, desprotegido de toda protección humana, sin culpa ni cargo, se retorcía en el suelo después del golpe que derribó a su madre y que lo tiró también a el por los aires.
Ciego Roberto lo alzó en sus brazos y salió corriendo hasta llegar al borde de la barranca;  desde allí  lo arrojó al río y se sentó a esperar a Carlota para darle un destino semejante.
Pero la mujer no llegó hasta que se hizo muy tarde y creyéndola muerta, se envolvió en el poncho de la noche y desapareció en el monte. 
En la policía del pueblo, Carlota con su hijo en brazos, exhaustos y empapados, ponían la denuncia por intento de homicidio y buscaban poner a salvo sus vidas.

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