Esa mañana, por el apuro impuesto por la rutina, el hombre salió de casa dejando olvidado el sueño sobre la almohada.
Cuando se dio cuenta de su descuido, quiso volver corriendo a recogerlo, pero ya era tarde.
Su sueño se había diluido en la incertidumbre de “si valdría la pena”.
Menos mal que yo andaba por ahí, soñándome; y así pude aprender que hay una sola forma de no olvidar los sueños y es soñándolos siempre, aún después de cumplidos, porque todo en la vida es perfectible.
Incluso la propia muerte.
Eduardo Albarracín
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