bajo el haz difuso de la lámpara,
un libro de tapas ajadas y amarillas metáforas
me remonta y me abaja
a la poquedad de la historia.
Soy nada entre sus hojas
y mis manos trémulas apenas lo soportan,
no es el peso del papel el que me fatiga
sino lo que dice de mí,
entre líneas y al margen.
Que no conozco el amor,
sin nombrarme me reprocha,
y entre uno que otro oximorón
la elipsis me da de lleno, en el plexo,
para desparrar mi humanidad en jaque.
La lámpara rompe la quietud de la noche,
un apagón de manzanas redondas
me ha dejado sin luz y sin metáforas,
el libro de rústicas tapas
tremola en mis manos ahora en silencio.
Enmudeció el reto pero la flecha sigue ahí,
clavada en el centro mismo de la culpa,
y un terciopelo de manos enjutas
me acaricia el cuello hasta la raíz de la oreja;
son las manos de mis fantasmas ocultos.
Que los candiles de la noche se aquieten,
que no aticen los fuegos hasta el alba,
que las zaetas que se disparan detrás de cada página,
enmudezcan sus reproches,
al menos por esta noche, que no hagan sangrar mi alma.
y mis manos trémulas apenas lo soportan,
no es el peso del papel el que me fatiga
sino lo que dice de mí,
entre líneas y al margen.
Que no conozco el amor,
sin nombrarme me reprocha,
y entre uno que otro oximorón
la elipsis me da de lleno, en el plexo,
para desparrar mi humanidad en jaque.
La lámpara rompe la quietud de la noche,
un apagón de manzanas redondas
me ha dejado sin luz y sin metáforas,
el libro de rústicas tapas
tremola en mis manos ahora en silencio.
Enmudeció el reto pero la flecha sigue ahí,
clavada en el centro mismo de la culpa,
y un terciopelo de manos enjutas
me acaricia el cuello hasta la raíz de la oreja;
son las manos de mis fantasmas ocultos.
Que los candiles de la noche se aquieten,
que no aticen los fuegos hasta el alba,
que las zaetas que se disparan detrás de cada página,
enmudezcan sus reproches,
al menos por esta noche, que no hagan sangrar mi alma.
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